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1. Pyongyiang, Corea del Norte. Jueves, 20 de junio de 2024. 20:15h. (42 días antes del día Z).

El líder ruso, Vladislav Petrov, había aterrizado en Pyonyiang a las doce del mediodía. Había sido un día largo. Debía asistir a un sinfín de eventos con los que su homólogo coreano del norte le agasajaba. Kim Jong-un era un sádico y una persona sin escrúpulos que había conseguido mantener el control de su país pese a las adversidades. Él le admiraba.

Tras infinidad de visitas a museos y edificios demasiado monumentales para el hambre que azotaba endémicamente el país, a las cinco de la tarde había empezado una reunión de trabajo de ambos equipos con sus diplomáticos. Petrov trataba de conseguir apoyo, en forma de soldados y munición, para la guerra que estaba lidiando contra Ucrania y, en consecuencia, contra todo el bloque occidental, gran enemigo de ambos.

A las ocho de la tarde se decidió posponer el encuentro para el día siguiente puesto que aún tenían que asistir al concierto de gala que se ofrecería en honor a la delegación rusa en el gran teatro de Pyongyiang, con capacidad para dos mil quinientas personas.

Petrov sintió curiosidad cuando Kim Jong-un le pidió hablar en privado, sin asistentes ni traductores. Al quedarse a solas le dijo: “Tengo lo que necesitas para ganar tu guerra y, a cambio, solo quiero una cosa. Que me garantices que tras Europa destruiremos a Estados Unidos”.

Vladislav escuchó con atención lo que le explicaba con un meritorio inglés y, tras terminar de exponerle la nueva arma que le ofrecía, acepto la oferta sin dudar. Ya habría tiempo para traicionarle como se había hecho tantas veces a lo largo de la historia. Lo único que Petrov desconocía es que no habría tiempo, ni para traicionarle ni para cumplir su palabra. El mundo como lo conocían tenía los días contados.


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