Alonso estaba paseando con Tor, su rottweiler, por el parque natural de
Collserola, cercano a su casa. Saludaba amablemente con la cabeza y un gruñido
a sus vecinos, pero sin dar pie a iniciar conversaciones, prefería estar absorto
en sus cavilaciones.
Tenía treinta y tres años, medía metro
ochenta, complexión delgada, pelo castaño corto rizado, sus amigos le llamaban
cariñosamente el pelopolla, barba perenne
de una semana. No se consideraba guapo, pero nunca había tenido problemas para
relacionarse con mujeres.
A Alonso le habían propuesto pasar unas
vacaciones en el parque natural del Montseny, a una hora en coche de Barcelona,
posiblemente por pena. Dos años atrás, su pareja, Silvia, había decidido
unilateralmente que lo mejor para él era dejarle. Él no estaba de acuerdo, pero
no hubo opción a réplica.
Tres años antes, cuando llevaban cuatro
juntos y Alonso tenía veintinueve, Silvia le había anunciado que estaba
embarazada. Fue la mejor noticia de su vida. Ella lo consideraba un pequeño
milagrito. Su ginecólogo le había dejado bien claro que nunca podría quedarse
encinta, que su endometriosis provocaba que ningún óvulo sensato quisiera
adherirse a su útero. Ambos lo aceptaron, pero nunca habían perdido la
esperanza por completo. Lo que no logró su endometrio lo consiguió una
negligencia médica y su hija nació con complicaciones graves por la hipoxia que
había sufrido en el parto. Murió unas horas después de venir al mundo. Nunca se
recuperaron. Tras unos meses Silvia le anunció que se merecía poder tener
descendencia, que con ella nunca sería feliz. Él lloró, le imploró que
recapacitara, pero no sucedió. Le dijo: “Sin mi estarás mejor”, le besó en la
frente y cerró la puerta, sumiéndolo en una negrura y una tristeza que parecía
no tener fin. Tres años después él la continuaba queriendo más que a nada en el
mundo.
De la misma forma que estar enamorado es
caminar con alas por el mundo si se es correspondido, la situación de Alonso
era la contraria, era un alma en pena. No sonreía, no tenía ilusiones, no
quería saber nada de mujeres. Se alimentaba a base de pizzas precocinadas y durums. Su única válvula de escape era el
deporte, contra más solitario mejor, y leer libros que cogía prestados de la
biblioteca. Se había centrado en su trabajo como enfermero de urgencias y
emergencias. En la ambulancia sentía tanta presión y debía concentrarse tanto
que, por momentos, olvidaba a Silvia, aunque solo por momentos, siempre volvía.
Todo empeoró dos meses atrás, cuando conoció
por la pareja de un amigo que Silvia iba a casarse con un chico. Se trataba,
por lo que había podido averiguar, de un niño bien con la vida solucionada. Su
familia había pertenecido a la burguesía catalana y ahora vivía de rentas,
jugando al golf, supervisando inversiones y, por supuesto, evitando madrugar.
Obviamente, Alonso no era el alma de la
fiesta. Por eso sabía que no le ofrecían acudir a las vacaciones debido a que
su compañía fuera muy agradable. Le invitaban por lástima, por todo lo que
había vivido. Lo organizaban dos amigos suyos de toda la vida y sus dos
parejas.
Todos sobrepasaban la treintena y no querían
lugares masificados ni ruidosos, así que el plan consistía en ir a “La pequeña
Habana”.
“La pequeña Habana” era una masia típica catalana construida
alrededor del 1850. Quién la mandó edificar fue el empresario Miquel Casas,
quien había hecho una gran fortuna en Cuba con el cultivo de la caña de azúcar
y la trata de esclavos. Una vez consolidado su patrimonio y, cuando su instinto
le dijo que la situación allí se estaba volviendo demasiado inestable y los
criollos demasiados lenguaraces, decidió retornar a su Catalunya natal.
Volvieron su mujer, él y la única hija nacida del matrimonio. Dejó allí a sus
amantes mulatas por orden de su esposa, él las hubiera traído. Dejó también a
una gran prole de hijos bastardos.
Decidió no trabajar más y vivir de rentas en
la zona que más le gustaba de su país de origen, el Montseny. Compró un solar
de cuatro hectáreas y mandó construir una gran masia. En el terreno tendrían animales y les serviría para pasear
tranquilos. Les vendría bien, sobre todo a su hija Catalina y a su siempre
frágil estado de salud. O eso pensaba, porque dos años después de llegar la
arrancaba de este mundo una tuberculosis. Ni el aire fresco del Montseny pudo
sanarla.
Al morir sin herederos la masia había ido pasando de mano en mano
hasta los propietarios actuales. Una pareja entrañable y sus dos hijos
treintañeros, chico y chica, que se dedicaban a cuidarla. Nunca les gustó la
vida en la ciudad y, cinco años atrás, habían comprado la casa y vivían allí.
El terreno disponía de la masia original,
donde moraba la familia, y tres bungalós, que alquilaban para ganarse la vida y
pagar el mantenimiento de la finca.
Se encontraba a seis kilómetros al norte del
pueblo Arbúcies, un pequeño núcleo de unos seis mil quinientos habitantes.
La idea de sus amigos era reservar para diez
días y pasar unas vacaciones tranquilas, entre excursiones, piscina, libros y
algún restaurante cercano. A Alonso no le apetecía demasiado, pero pensó que
tampoco le vendría mal salir un poco y aceptó. Saldrían en tres días. Le
acompañaría su fiel y bonachón Tor. Un rottweiler
de cinco años que compró con Silvia y que era el único ser vivo con quien se
entendía realmente. La decisión de llevar a cabo ese viaje cambiaría su vida
mucho más allá de diez días, pero eso aún no lo sabía.
Las noticias agosto eran soporíferas. El
presidente del gobierno, Pablo Sancho, aprovechaba que España estaba de
vacaciones para tomar decisiones polémicas y que en septiembre estuvieran
olvidadas. La selección acababa de ganar la Eurocopa y, al parecer, un soldado proveniente
de Ucrania, que se estaba recuperando de sus heridas de guerra en el Hospital
Central de la Defensa Gómez Ulla de Madrid, había experimentado algunas
complicaciones que hacían sospechar del uso de armas bacteriológicas. No
quedaba claro lo sucedido, pero informaban que había varios trabajadores que se
lesionaron gravemente cuando intentaban reducir al convaleciente soldado que,
según dicen, estaba sufriendo una crisis nerviosa.
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