Yuri Sovolev pertenecía a los servicios de
inteligencia de la rama terrestre de las fuerzas armadas de la Federación Rusa.
Tenía veinticinco años y estaba viviendo un paraíso en la Tierra. Le encantaba
torturar a soldados ucranianos para sonsacarles información, arrancando uñas, realizando
ahogamientos, etcétera.
No había ningún problema por no cumplir la
Convención de Ginebra, sus jefes no preguntaban cómo conseguía los datos que
obtenía, solo querían que fueran fiables y de eso se encargaba él, llevando a
sus fuentes al límite de su resistencia, antes de morir, claro está.
Esta vez le habían encomendado llevar a cabo
una misión bastante extraña sobre la cual no debía preguntar nada. Él no la
entendía, pero tampoco le importaba. La realizaría lo más rápido posible y se
iría a retaguardia a beber vodka, acostarse con alguna prostituta de las que
seguían al ejército y dormir.
Era el oficial al mando con rango de capitán.
Tenía a sus órdenes a un sargento y cuatro soldados, con cara de pocos amigos y
con ganas de terminar la misión cuanto antes, como Yuri.
Consistía en infiltrarse en el frente de
Bajmut con cuatro prisioneros ucranianos, tres hombres y una mujer. Allí debían
dejarlos en una casa concreta, en una habitación específica, encerrados. Punto.
Bajmut había sido una ciudad en disputa desde
hacía más de un año y para esas fechas ya no quedaba nada de ella. Era un
montón de escombros sin valor material, pero con mucha importancia simbólica y
los ucranianos estaban empeñados en reconquistarla. Edificio a edificio.
Esos cuatro prisioneros tenían en común que
estaban bastante perjudicados por sus heridas, incluso tenían mordeduras. Les
habían cortado la lengua para que no hablaran, a Yuri no le importaba. Si de él
dependiera les haría cosas mucho peores.
Estaban esperando el amanecer en el lado ruso
del frente. Yuri aprovecho la espera para acercarse a la prisionera y revisarla
de arriba abajo. Su cuerpo después de años de guerra era fibroso y musculoso. Tenía
unos bonitos pechos y continuaba siendo guapa pese a las adversidades. Yuri
ordenó a dos soldados que la desnudaran y la violó con fruición. Era parte del
castigo al enemigo. Eyaculó dentro de ella con placer. Ignoraba que había
firmado su sentencia de muerte, el virus ya corría también por sus venas.
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